jueves, 16 de noviembre de 2006

La botica del sexo


Un recorrido por las estanterías de los sex-shops

Por Natalia Landsberg

En un rincón del primer piso de una galería de Santa Fe y Callao se esconde una sucursal de Extasy, una de las cadenas de sex-shops de la ciudad. El cartel de “Enseguida vuelvo” desalienta a un muchacho de unos 25 años que mira la vidriera de reojo, pero con gran disimulo, desde el local contiguo, y también desde la otra punta del pasillo. Lo importante es que no lo vean, pero ahí vuelve a enfrentarse con el mismo cartel. A veces la vergüenza se apodera de los clientes habituales u ocasionales de estos locales: “¡qué diría mamá!”.
Los tabúes se quedan en la puerta porque aquí hay diversión para todo el mundo, sin complejos ni timidez. Ya desde su página web aparece el aviso: “Contenido exclusivo para adultos con mentalidad abierta y liberal. Si usted es menor de 18 años, prejuicioso, impresionable o de mentalidad conservadora no entre a este sitio”. Penes pellizcables, vaginas meticulosamente esculpidas, dilatadores anales, todo lo que uno se pueda imaginar y lo que no también. Juguetes hetero, homo, bi y para solos y solas, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.
Los sex-shops que, no casualmente, están escondidos en las galerías más conocidas de la ciudad de Buenos Aires, son una ventana a la sorpresa, una caja de pandora donde todo es posible. Con su luz tenue, el poco acceso del sol y de los ruidos de la calle, su abundancia de rostros ganados por el placer, los colores de la decoración, entrar allí genera una sensación de “telo”, es como estar dentro de un hotel alojamiento.
En estos locales reina la libertad de disfrutar como más guste, pero hay que cuidarse, por eso se anuncia por todas partes: “Ayude a evitar enfermedades de transmisión sexual a través del uso de preservativos, una adecuada educación sexual, un sano juicio y no siendo displicente”. Y ante todo el libro de cabecera que recibe a los clientes desde el mostrador: Alessandra Rampolla siempre está presente.
Si bien la discreción es el valor supremo y existe la cómoda posibilidad de comprar por teléfono, a los encargados del local ya nada los sorprende y deslizan por lo bajo: “hay de todo en la viña del señor”. ¿El objeto más vendido? Un chupetín con forma de pene que cuesta tan sólo $1.20.
Para despedidas de soltero/a, cumpleaños, fiestas de divorcio o para la diversión íntima se puede encontrar desde lencería hasta disfraces y el slip de leopardo o con la trompita de elefante; desde vibradores inalámbricos (el wireless alcanzó todos los mercados) hasta prótesis de piel casi real; desde una gran variedad de accesorios en cuero hasta el cotillón para la fiestita del sábado: guirnaldas con forma de pene, sorbetes con un par de piernas abiertas como adorno, colas de plástico y demás ingredientes para una gran noche.
En estas boticas del sexo se pueden encontrar velas con forma de vagina o pene, jabones ilustrativos, bombones eróticos y hasta cubeteras para hacer hielos con formas alegóricas. Aquí se venden penes y vaginas saltarinas que funcionan a cuerda, sexdolls (las famosas muñecas inflables disponibles en todos los colores de piel), arneses, gel de variado uso, concheros repletos de brillos y glamour para sentirse Moria Casán y el nuevo truco: desarrolladores peneanos.
En el siglo XXI lo afrodisíaco ya no pasa sólo por las comidas sino también por una dulce fragancia hormonal llamada “Pheromonas” o el perfume del amor que asegura a cada sexo volverse irresistible; y también incluye a la música ideal para acompañar esos momentos, el CD “Chill sex”, un compilado de música afrodisíaca – electrónica que cuenta con la selección y producción del ex Soda Stereo, Zeta Bosio.
Mientras un cliente hace su pedido el muchacho mira y espera. Ya con menos disimulo no deja de observar un panel repleto de penes de todos los tamaños y colores, a su derecha lo saludan las chicas de las películas pornográficas, pero él sigue ahí, y la paciencia tiene su premio, llegó su momento, el local queda sólo para él, sus preguntas y su compra.

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